lunes, 16 de febrero de 2009

Dispersar el poder


Griselda Gambaro rescribe el Macbeth, de William Shakespeare. Su dramaturgia se compromete con un efecto reparador. Con La señora Macbeth reconstruye lo que en el “original” estaba perdido, u omitido, a saber, el deseo, la locura y la muerte de Lady Macbeth. Un gran enigma reina en la trama de esta tragedia shakesperiana: ¿qué paso con Lady Macbeth, la esposa del rey?
Durante los tres primeros actos de la tragedia shakesperiana Lady Macbeth tiene una participación interrumpida pero sobredeterminante para la acción criminal y política de su esposo. Las arengas que le hace son del tipo: “Temes ser en acciones y en valor ese mismo que eres en deseos”. En el acto cuarto se sabe que la visitan médicos por una enfermedad mental que también acosa a las masas del “reino mal habido de Macbeth”. Al final de ese acto se dice que se ha suicidado. En el último acto el viudo apenas si se lamenta de su esposa muerta, y no se vuelva hablar más de ella en toda la obra.
Gambaro intensificará su pieza teatral con lo que quedó fuera de la escena shakesperiana. En el cine este procedimiento tiene un nombre: “fuera de campo”. La señora Macbeth es el fuera de campo de Macbeth. De hecho la acción de esta pieza con la que Gambaro inaugura el género trágico en Argentina transcurre en un afuera como en las tragedias antiguas pero también como en el sainete rioplatense: un patio -o square con tobogán y hamaca- es el marco de enunciación de la imaginería del discurso del poder. Es decir, que Gambaro se pone a jugar con los desechos de Shakespeare. La señora Macbeth es el excremento de Macbeth.
Entonces, la escritura de Gambaro es un arte del goce del no-todo. En los restos, en los bordes la totalidad se sustrae, o se posterga: en La Señora Macbeth falta lo que hay en Macbeth; y en Macbeth falta lo que hay en La señora Macbeth. La mirada de Gambaro trabaja en los pliegues y en las elipsis de la tragedia shakesperiana. Recrea una “lengua” vibrante en alusiones, retruécanos, arcaísmos, citas, aliteraciones, metonimias, juegos sonoros que tienen como función dispersar el sentido único del discurso hablado por Lady Macbeth. Como aclara la autora en la publicación de la pieza luego de su montaje dirigido por Pompeyo Audivert en Buenos Aires (2004): “No es la ‘verdad’ gramatical lo que valoriza un texto sino su intensidad que exige una posición distinta en la actuación y otra tensión dramática. La estructura verbal de una obra de teatro con frecuencia poco considerada entre nosotros, integra también la aventura y los riegos de la puesta en escena”.
La puesta en escena de La señora Macbeth en La Pampa asume este reto: cómo la invención de una “estructura verbal” es la apuesta de un mundo nuevo que se abre. La puesta en espacio que es toda puesta en escena es aquí la apertura y verdad de un mundo desplegándose.
La restauración de Gambaro no sólo fantasea con lo qué paso con Lady Macbeth. Repone y remarca la presencia de otros personajes shakesperianos. Las tres brujas, esas “hermanas fatídicas” que tejen el texto criminal del poder en Macbeth, y lo destejen en La señora Macbeth. El Fantasma de Banquo que transita entre umbrales es lo que da qué pensar (deja a la reina llena de dudas y angustia). El fantasma siempre puede regresar, siempre está por aparecer; es lo incontrolable.
En la obra de Gambaro las brujas son “brujas sin parecerlo”, “doncellas”; y por qué no, mujeres femeninas. “Imperfectos parlantes que no dicen todo”, las define con molestia Macbeth. Imposible no remitirse a las doncellas que el cristianismo arrojo a las hogueras del clasicismo francés: bastaba un bello rostro, unos ojos gatunos, un poco de aliviadora ternura, o una palabra de más para que la Santa Iglesia las acuse de brujas y las queme vivas.
Las brujas de Gambaro son el lugarteniente del Otro ante el discurso totalizante de los Macbeth. Ellas conforman una comunidad en perpetuo desplazamiento que desorganiza, disloca, oxida el discurso central de la escena. El Fantasma de Banquo como lo no-controlable y las brujas como máquinas retóricas fallidas configuran un núcleo de contrapoder, cuya acción innovadora no es tomar el poder sino dispersarlo.
Silvio Lang

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